Los carros recuestan su barbilla sobre la vereda. Casi atropellan unos cuantos asturianos en el camino, pero se les perdona. Porque detrás de esas maquinas fulminantes foráneas, aún descienden pequeños seres humeantes y coloridos.
(Además, se sabe que los asturianos no pueden morir atropellados. Cuando cruzan la pista y ven que un carro rosado está por cercenarles la mitad de la pierna, los pueblerinos automáticamente lo evaden como bailando. Alegres y extasiados. Con mucha destreza).
Aquí ya nos acostumbramos a los cadillacs, son como asturianos panzones y cuadrados que corren por todas las calles y cuando se cansan, se tienden a tomar el sol; luego las montan unas pequeñas niñas enérgicas, prende el motor y siguen juntas por la ruta, enamorando a todos con sus derrapes.
Mira ese cadillac rosado que acaba de estacionarse enfrente del parque de diversiones. Mira esa linda niña de ojos morados que se acerca a nosotros. “Que si queremos comprarte un carro. Claro que tenemos dinero. Cuantos. Uno, dos, tres cuantos quieras. No, no hay ningún problema. Aquí hay más espacio que en la ciudad de todos modos. Si, ya te dije que si tengo dinero…”
Come decía, aquí en asturias, los carros recuestan su mentón en la vereda (no se estacionan); nadie muere atropellado (se esquivan bailando); y todos tienen dinero para despilfarrar (todos estamos enamorados de algún ser humeante y colorido que nos engatusa distraídos).
(Además, se sabe que los asturianos no pueden morir atropellados. Cuando cruzan la pista y ven que un carro rosado está por cercenarles la mitad de la pierna, los pueblerinos automáticamente lo evaden como bailando. Alegres y extasiados. Con mucha destreza).
Aquí ya nos acostumbramos a los cadillacs, son como asturianos panzones y cuadrados que corren por todas las calles y cuando se cansan, se tienden a tomar el sol; luego las montan unas pequeñas niñas enérgicas, prende el motor y siguen juntas por la ruta, enamorando a todos con sus derrapes.
Mira ese cadillac rosado que acaba de estacionarse enfrente del parque de diversiones. Mira esa linda niña de ojos morados que se acerca a nosotros. “Que si queremos comprarte un carro. Claro que tenemos dinero. Cuantos. Uno, dos, tres cuantos quieras. No, no hay ningún problema. Aquí hay más espacio que en la ciudad de todos modos. Si, ya te dije que si tengo dinero…”
Come decía, aquí en asturias, los carros recuestan su mentón en la vereda (no se estacionan); nadie muere atropellado (se esquivan bailando); y todos tienen dinero para despilfarrar (todos estamos enamorados de algún ser humeante y colorido que nos engatusa distraídos).
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