
para Andrea, la joyita que sí llegué a conocer
El roce de la loza con las descolgadas llantas de la joyita en la avenida nuevaventura formaba chispas multicolores, que con la carrera a todo dar del mítico carro se iban dejando sin cuidado en cada paradero. El día estaba hermoso para salir de la casa y presenciar el acontecimiento que era sacar a la joyita a un par de carreras por la ciudad. Tenía que lucirse, nadie sabría hasta cuando estaría este veterano del transporte interurbano; además se había rumoreado que en el terminal querían librarse de ese carro, que no valía la pena mantener una carcocha así, qué la empresa no puede tener gastos innecesarios, que ahora los carros vienen con bla bla bla, ¡apuesto mi salario de dos meses, que ninguno de esos autos nuevos sacan chispas, ni corren como la joyita! Por suerte, solo lo pensé. Seguramente si mi jefe me hubiese escuchado no hubiese dudado en recoger el premio de la apuesta, decomisar mi herramienta de trabajo por un tiempo y reírse a carcajadas con los chicos. Todos en el fondo sabíamos que la joyita, no era el carro de hace 50 años. Todos excepto yo, a veces.
La verdad es que mis vueltas, en comparación con la de los chicos son muy bajas. Ya nadie quiere subirse a esta combi descolorida donde un plástico transparente ha suplantado la luna de la ventana derecha y las bocanadas de humo del tubo de escape (también descoloridas, ni siquiera ploma) escalan por los huecos que tiene la lamina ya nombrada. Pero hoy, la cosa es diferente, el día esta hermoso y he invitado a mi hija en la aventura de acompañarme en un día de trabajo con la joyita. La niña tiene siete años y tiene las agallas de Tom Sawyer, me acaricia el bigote y me pregunta: papá, papá, porque las mujeres no tienen bigote; papá papá, porque se le cae el pelo a los adultos; papá, papá me compras ese chupetín morado con el tatuaje de las chicas súper poderosas. Aprovecho que el carro se detiene en un semáforo rojo y le pido a Román, el cobrador, que compre el chupetín morado con el tatuaje de las chicas súper poderosas. –Recuerda que es edición limitada Román- le grita mientras él emprende el pique hacia el quiosquito. Regresa triunfante, el semáforo da el color verde. Andrea, mi niña, desenvuelve el paquete emocionada, lo saborea, me sonríe y empieza de nuevo: papá, papá quién invento la edición ilimitada.
Una combi de la misma ruta presencia la escena por unas cuadras, y aprovecha para burlarse de nosotros (la joyita y sus tripulantes)- qué sorprendente, amiguito, tu carcochita aún se puede parar sola-. Yo lo ignoro intentando apretar un poco el acelerador.- ¿estás intentando acelerar amiguito? porque parece que estuviesen empujando un carro malogrado-… Todos los del terminal sabíamos que la joyita es muy antigua y que por ende sufre de fallas mecánicas constantes, el mito dice que vino a la terminal en la época de la guerra de Vietnam, era un carro poderosísimo que fue fundamental para la empresa de transporte, avanzaba rapidísimo y era moderno, era una figura en toda la ciudad. En esas épocas nadie se atrevería a burlarse de ella… Ellos siguen riéndose de sus estupideces, yo respiro hondo y mi niña me mira, repleta hasta el ombligo de basurita de golosinas. Un hombre tiene que solucionar los líos como mujer cuando su hija lo está mirando, pienso y me esfuerzo en seguir avanzando mirando solo la ruta hacia el frente. No duro más de media cuadra, no soy mujer.
Ojeo por el espejo retrovisor los asientos del bus, está casi vacío. Luego miro a Andrea saboreando su quinto chupetín, y le pregunto. Quieres ver algo divertido. Ella suspira emocionada, frunce el ceño, con su mano izquierda aprieta su cinturón y con la derecha hace el ademán de saludar a un general del ejército y dice: por su puesto, mi capitán. Román la escucha, sigue el juego y me grita más fuerte, enséñele a esos, capitán. El día está hermoso para hacer tragar sus palabras a una combi de mocosos estúpidos, la avenida nuevaventura presenciaría el poderío del mítico bus, algo devaluado para muchos… ¡Apostaría mi futura pensión de jubilado que todos terminarían tragándose sus palabras! Claro, si estuviese mi jefe ahí para contravenirme con una apuesta jugosa.
Cuando los dos autobuses estamos al ras de la vereda emparejados, miro fijamente la cara de los mocosos estúpidos.
- Oigan nenitos, juegan a las carreritas. ¿O se mean?- provoco, mientras Andrea grita “uhuhuhuh” desde su asiento de copiloto mientras se para y les saca la lengua.
-Perdona viejo, pero tu carro solo puede avanzar empujado, por si no te has percatado.
- Uyuyuy me parece o están buscando escusas. La joyita destroza a cualquiera que se interponga. Es el rey del camino- digo con algo de orgullo y sensatez. ¡Meones! grita Andrea (está más exaltada por el rechazo que yo).
-No digas que no te lo advertimos viejito- el bus enemigo se prepara para acelerar en la última recta de la avenida nuevaventura.
La única pasajera que teníamos, se abalanzó sobre Román para quejarse, pidiendo que le devuelvan el sol que pagó. Él no dudo en devolverse, tener a mujer gritona en la parte trasera del carro desconcentrando lo que podría ser una de las últimas batallas de la mítica joyita, era un acontecimiento que nadie más que los tres personajes que ahora están en el susodicho carro podrían entender y apreciar. La mujer salió corriendo y se cerró la puerta con seguro.
Acto seguido, la joyita empezó a correr a todo dar; el bus enemigo sorprendido y algo lento lo correteo por el carril izquierdo tocando su claxon. Román, sacaba la mitad de su cuerpo para insultarlos, esos 4 segundos de viveza hacía que les llevemos una ventaja considerable, estábamos ganando. Yo inclino todo el peso de mi cuerpo contra el acelerador, mi bigote se sondea con el aire que corre por la ventana abierta. Escucho a lo lejos un estribillo que comienza con un “papá, papá” mis ojos solo pueden ver la ruta, la última recta. Ya ni siquiera veo por el retrovisor el bus de los mocosos estúpidos. ¿Los perdimos Román?, Sí mi capitán han comido el polvo. Las chispas que sacaba en la pista en verdad era un espectáculo para nosotros. Poco a poco enderezo mi espalda, y el viento ya no golpea tan fuerte mi bigote, disminuyo la velocidad ¿en verdad les ganamos? Los hicimos trocitos capitán me repite Román emocionado. De repente, ya menos exaltado y emocionado, pero aun algo incrédulo, mi niña me jala la manga de la camisa con el rostro como si hubiese hecho alg
o malo y termina su estribillo de “papá, papá” señalando una camioneta de la policía con su sirena paralizante que al parecer está intentando alcanzar a la joyita para estacionarlo y con eso, acabar el final heroico de un veterano del transporte interurbano.