Hay gente que ha muerto sin ver el mar, sin saber lo que es chapotear en la orilla y hacer castillos de arena. Arriba, en Asturias por ejemplo, el mar subyace en los techos de calamina de las habitaciones de los pequeñitos y cuando ellos duermen, les salpica gotitas de sal en los pómulos, entonces ellos saltan de sus sueños y corren emocionadísimos a contárselos a sus padres, pero no les creen. Cuando por ejemplo estas cosas pasan, los niños mandan cartas al extranjero, a Curitiba, a Quito, a Guayaquil, a cualquier lugar donde las cosas no estén siempre al revés, y el mar sea conocido por todos. Pero por la misma ley natural de reversibilidad en Asturias, las cartas se remiten a sus propios padres, y no a la de los posibles padres adoptivos del extranjero. Ahí es cuando, totalmente frustrados y con la cabeza debajo, los pequeñines lanzan la afirmación categórica “voy a morir sin ver el mar”, hasta que sin darse cuenta ya tienen la edad de sus padres.
miércoles, 28 de julio de 2010
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