En la mañana, mientras Rodolfo tomaba su café con tostadas francesas que le había preparado su amada, cogió el control remoto y marcó un número al azar; “el clima en Asturias muestra un friaje nunca antes visto en la historia con lluvias torrenciales, las ondas electromagnéticas que chocan con los edificios están creando pequeños torbellinos que están rondando por las zonas más transitadas de la ciudad, y ya se han confirmado la muerte de por lo menos doce asturianos por neumonía, blablablá” su amada, atenta, salta por encima de la mesa y patea el televisor hasta apagarlo, justo en el momento donde Rodolfo comenzaba a temblar por mirar a través de la ventana. Ella lo tranquiliza repitiéndole canciones al oído, pidiéndole que cierre los ojos y que la estruje contra su pecho. Lo hace, y las respiraciones se empiezan unificar lentamente. Afuera no paran de sonar estruendos terroríficos, gritos de gente, saqueos, asesinatos, como lluvia que cae sobre la cabeza de todos, lluvia de fuego, de ácido, de lagrimas blablablá, pero en la sala de ese edificio asturiano, las dos personas que vivían ahí, tenían un paraguas especial para el apocalipsis que se avecinaba. Un amor cálido que no aparecía en las noticias, pero se percibía al cerrar los ojos.
sábado, 31 de julio de 2010
miércoles, 28 de julio de 2010
El mar asturiano
Hay gente que ha muerto sin ver el mar, sin saber lo que es chapotear en la orilla y hacer castillos de arena. Arriba, en Asturias por ejemplo, el mar subyace en los techos de calamina de las habitaciones de los pequeñitos y cuando ellos duermen, les salpica gotitas de sal en los pómulos, entonces ellos saltan de sus sueños y corren emocionadísimos a contárselos a sus padres, pero no les creen. Cuando por ejemplo estas cosas pasan, los niños mandan cartas al extranjero, a Curitiba, a Quito, a Guayaquil, a cualquier lugar donde las cosas no estén siempre al revés, y el mar sea conocido por todos. Pero por la misma ley natural de reversibilidad en Asturias, las cartas se remiten a sus propios padres, y no a la de los posibles padres adoptivos del extranjero. Ahí es cuando, totalmente frustrados y con la cabeza debajo, los pequeñines lanzan la afirmación categórica “voy a morir sin ver el mar”, hasta que sin darse cuenta ya tienen la edad de sus padres.
martes, 27 de julio de 2010
El fantasma
Hace unos días lo vi pasar, saltando borracho con un casquete ruso y un abrigo de piel. Aún tenía los ojos vacíos, como si ya no le quedaran lágrimas para brotar en este mundo y de tanto soportar se le habían perforado dos huecos en el rostro, me pidió un cigarro al cruzar por mi banca. Y mientras se lo prendía le dije emocionado y algo confundido “maestro, por qué se fue así”, él se quedó en silencio mirándome encogiendo los ojos desconfiados, desviándose hacia un lado por el vodka, pero saltando en la ruta como antes, avanzando, ahora botando humo por la nariz y refunfuñando al cielo por no brotar más alcohol. Intenté perseguirlo por un momento, pero recordé que el maestro ya se había tirado el balazo hace varios años atrás, y aún no le perdonaba a la vida todos los desplantes que le hizo de joven enamorado. Ahí fue donde vi, que desde el horizonte se veía un ascensor al cielo aún abierto, donde un arcángel esperaba que ingrese el alma del maestro, sólo que él, desconfiado y ebrio, prefería dar vueltas alrededor.
domingo, 4 de julio de 2010
Ciudad de octubres entrantes
Nací en una ciudad donde los sueños se elevan al sol
Entre burbujas y tenedores
Dejándome enredado en una inmensa pompa de jabón
Que los extranjeros suelen llamar; nube gris
Crecí entre los tendones y huesos del rió
En una estirpe, que de tanto ser abatida
Ya nadie responde como suya
Me enamore del mar y de la neblina
De mi bulla estridente y el cuchicheo ínter diario
Yo decidí vivir en esta ciudad de gente desconocida
Surcos dorados y suicidio impertúrbale
Me acostumbre a vivir enamorado de esta ciudad
De octubres entrantes
Entre burbujas y tenedores
Dejándome enredado en una inmensa pompa de jabón
Que los extranjeros suelen llamar; nube gris
Crecí entre los tendones y huesos del rió
En una estirpe, que de tanto ser abatida
Ya nadie responde como suya
Me enamore del mar y de la neblina
De mi bulla estridente y el cuchicheo ínter diario
Yo decidí vivir en esta ciudad de gente desconocida
Surcos dorados y suicidio impertúrbale
Me acostumbre a vivir enamorado de esta ciudad
De octubres entrantes
Arcoíris en Asturias
Un tendedero semidormido se cuelga desde la ventana última del último edificio de Asturias, en el preciso momento en el que la llovizna empieza/ Dicen que dios nos mea encima, no lo sé/ Pero, La ropa se hierve al coro del llanto de las niñas aturdidas que jugaban en el jardín/ La mamá de Abdul que estaba por recoger la ropa refunfuña al vacío cielo asturiano/ Abdul, un visionario pequeñín hijo de una mujer muy querida en el pueblo, baja de su casa, coge de la cintura a una niña al azar y la lleva a los suburbios, a la primera puerta del primer edificio/ Le cuelga un cartel impermeable en el cuello que dice “Bienvenidos al hermosísimo y cálido pueblo de Asturias”/ Dios no puede decirle no a los niños, afirma y va corriendo donde su querida madre para esperar juntos el arcoíris.
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